Desde el origen de los Juegos Olímpicos, en la Grecia antigua, se ha buscado ir más allá, superar no solo a los rivales, sino las propias limitantes. De ahí el famoso lema Citius, altius, fortius (Más rápido, más alto, más fuerte), que distingue el espíritu de competencia deportiva. Sin embargo, las capacidades físicas de un atleta, por supuesto, tienen un límite. Esto se ve reflejado en las distintas disciplinas, sobre todo, las individuales. Sabemos que llegará el día cuando, por ejemplo, en los 100 metros planos, ya no será posible romper la marca mundial porque la velocidad humana, a menos de que ocurra algo prodigioso, no podrá incrementarse más. Lo mismo sucederá con la natación, los deportes de salto, la halterofilia, etcétera, inevitablemente. Esta circunstancia (es muy probable) restará atractivo a estas competiciones, pues la expectativa por atestiguar nuevas hazañas se reducirá de forma drástica.
Esto también afectará a los deportes en el aspecto comercial, como, de hecho, ya ocurre. El público busca un espectáculo que algunas disciplinas clásicas ya no ofrecen al nivel esperado. En el afán por atraer al público televidente y elevar el rating, los Juegos Olímpicos, por ejemplo, se han abierto a nuevas disciplinas, como el surf, el break dance y el skateboarding. Además, se han cambiado algunas reglas de otros deportes para volverlos más atractivos, como eliminar la careta de protección en el boxeo.
Por ello, es sorprendente cómo la literatura previó el escenario deportivo actual en 1979 con un cuento de uno de los escritores latinoamericanos más influyentes del siglo XX. El relato es Nadando en la piscina de gofio; el autor, Julio Cortázar (1914-1984). En esta irónica narración, el argentino habla sobre un descubrimiento empleado a fin de hacer la natación algo menos “monótono”. Dicho descubrimiento es una alberca llena de gofio en vez de agua. El gofio es harina de garbanzo azucarada y uno de los postres favoritos de los niños argentinos.
Cortázar nos dice cómo se desarrolla la acción de nadar en esta sustancia, que supone un reto mayor para los atletas que el nado tradicional en agua. El gran problema, sin embargo, es que el gofio se mete a los ojos, orejas, nariz y boca de los deportistas; no obstante, con la protección adecuada, el inconveniente se resuelve y se reciben los beneficios del gofio, como una mayor descarga de adrenalina, un metabolismo más vivaz y un mejor tono muscular.
La mordacidad de Cortázar también se manifiesta cuando afirma que el campeón japonés de natación batió la marca mundial al completar 5 metros en un minuto y 4 segundos gracias al gofio, que durante milenios los nadadores se han zambullido en el agua sin que el deporte evolucione gran cosa, que debe haber una revolución en aquellas disciplinas cuya única motivación es bajar marcas por fracciones de segundo que, la mayoría de las veces, resultan insignificantes, y tal cosa sucede muy de vez en cuando. La sugerencia del cuento es aplicar la imaginación para encontrar formas novedosas de practicar el deporte, como una pelota de cristal para jugar baloncesto.
Este crítico e hilarante relato deportivo está incluido en el libro Un tal Lucas, del genial Julio Cortázar, gran aficionado al boxeo, al que dedicó dos cuentos de los que ya les he hablado en este espacio: La noche de Mantequilla y Torito.