En los años 70, cuando la televisión no transmitía todos los partidos de la liga de futbol no solo en México, sino también en otros países, lejos aún de las plataformas digitales para seguir un encuentro sin importar dónde nos encontremos, la radio era el medio de mayor penetración para seguir las incidencias de un juego.
Las narraciones radiofónicas se volvieron legendarias pues, a través de la voz de los cronistas, los aficionados materializaban en su imaginación esas jugadas, que cobraban una emoción mayor a la que quizá tendrían vistas por televisión o en el estadio.
El cuento del que les hablaré tiene precisamente ese ingrediente radiofónico que hará que muchos recuerden los 70, cuando, los domingos por la tarde, tal vez de paseo con la familia, escuchaban los partidos de su equipo. Se trata de “¡Qué lástima, Cattamarancio!”, del escritor argentino Roberto Fontanarrosa (1944-2007). La historia se desarrolla en plena transmisión radial, una tarde dominical, de un partido de la liga pampera entre River Plate y San Lorenzo. Se juega la segunda parte del cotejo, cuyo marcador es 0-0.
La narración corre a cargo de Ortiz Acosta, apoyado en los comentarios por otros colegas, que relatan las constantes fallas frente al arco de Cattamarancio, delantero de River. En medio de la transmisión por Radio Laboral no pueden faltar las clásicas menciones comerciales: “¡A correr, a saltar, a Monigote no le van a ganar! Ropa para niños Monigote, la línea que lo aguanta todo”. o “¡Un resplandor de frescura en la garganta! ¡Marcador quita la sed, quita las ganas de fumar, baja la presión arterial!”.
Pero lo más destacable es el enlace telefónico en pleno partido entre Petrogrado, en la entonces Unión Soviética, y Tonopah, en Nevada, Estados Unidos, entre dos argentinos que asombran al mundo en sus respectivos campos: Urbano Javier Ochoa, quien se encuentra en una expedición que lo llevó a cruzar el Estrecho de Bering hasta la tundra soviética, y Santiago Collar, ingeniero que trabaja en los yacimientos carboníferos de Norteamérica a cientos de metros bajo tierra.
¿Por qué realizar este enlace en plena transmisión radiofónica de un juego? En los 70 era toda una proeza establecer comunicación entre países tan distantes entre sí, y realizarlo constituía un orgullo para un medio de comunicación como la radio; había que presumirlo.
Así, pese a los intentos de entablar una charla entre Ochoa y Collar, esta no puede realizarse por las constantes interrupciones de Ortiz Acosta, que relata una jugada que a punto estuvo de ser gol, comerciales o fallas técnicas. Además, es notoria la inquietud de ambos invitados por un asunto más allá de sus respectivas ocupaciones en la URSS y Estados Unidos, algo que, en plena Guerra Fría, pone en peligro no solo a estas potencias, sino al planeta entero.
Cuando por fin Ochoa y Collar pueden hablar, mencionan supuestos ataques nucleares tanto en ciudades soviéticas como estadounidenses, por lo que la estación se ofrece a enlazar a los presidentes de ambos países para arreglar las cosas; entonces Ortiz Acosta nota un repentino cambio en el cielo sobre el estadio de River…
Pueden conocer el final en el libro “Los mejores cuentos de futbol”, de Roberto Fontanarrosa, y recordar o descubrir esa época cuando las transmisiones radiales eran una tradición futbolera y el mundo vivía con el temor (¿vive aún?) de un conflicto que podría representar el fin de todo.